Pero no me importa

Lo que pudo ser no ha sido. Este cuadro de Paco Pérez Valencia (en la imagen de arriba) representa casi todo lo que creo en la vida. Representa también una parte de la vida de Paco que yo he tenido la suerte de compartir (un poquito) con él, y por eso yo vivo este cuadro (no lo miro, me meto dentro), como si lo hubiéramos dibujado juntos, como si algunas de las palabras, de los tachones, o de los goterones (es sudor, no pintura, quizás un poco de sangre) que caen por el papel fueran también míos.
Pero decía que esta obra de Paco representa casi todo en lo que creo, y es así, porque entre otras cosas para mí este dibujo significa (no sé qué carajo significa para los demás, ni me importa) que la vida no admite lecturas precipitadas ni verticales. Lo que pudo ser no ha sido es una afirmación dura, una afirmación que, como dice mi amigo Manolo Contreras, refleja frustración -y un poco de sensación de fracaso sí que hay, no lo niego-, pero para entender este dibujo, como para entender la vida, hay que seguir leyendo, nunca puede quedarse uno en la primera frase, porque la esencia de las cosas, y la verdad profunda, o lo que se parece a ella, está en los matices, y en las adversativas, y la adversativa de este cuadro es un pero escondido y aparentemente mínimo, tipográficamente casi irrelevante, pero maravilloso y rotundo, y omnipresente en toda la obra sin aparecer más que una vez, pero no me importa, y ese es el verdadero mensaje del dibujo, no me importa fracasar, y sigo aspirando a todo, sobre todo a vivir con todo lo que la vida me traiga, lo bueno, lo malo y lo regular, sin dejar de hacer nunca lo que me place y sobre todo sin dejar de buscar nunca el placer en todo lo que hago.
Este dibujo de Paco es, por eso, un estallido de vida, y es rojo, coño, ahí mas dao, Paco, rojo como mi equipo, a pesar de que tú seas más bien verderón, rojo como el terciopelo rojo, y como el vino, o quizás más rojo, rojo como la pasión, aunque eso de la pasión es una cosa más bien un poco cursi, sí, mejor llamemos las cosas por su nombre, rojo como el sexo, Paco, porque hay mucho sexo en este cuadro, y tú lo sabes, no sólo es que aparezca la palabra -¡sexo, sexo, sexo!, exclamaba un profesor que yo tuve cuando quería nuestra atención-, no es sólo esa frase maravillosa de que sin ideología y sin sexo no se puede ser actor, ni ninguna otra cosa, y escribo de memoria, creo que es así más o menos, perdóname si me equivoco, a lo que me refiero es que el dibujo entero es puro sexo, lo ve uno y le entran automáticamente ganas de follar, no de hacer el amor, no, no esa cosa de irse a la cama en plan tranquilo y a ver qué pasa, sino de follar salvajemente, follar con desesperación, follar hasta caer exhaustos, en cualquier rincón, como si fuera el último día, los minutos previos al fin de tu mundo, antes de que te alcance ese toro cabrón y negro que asoma ahí por encima, la muerte que todos tenemos en la cabeza, y que también está en el dibujo, a veces tengo ganas de cerrar los ojos, porque este cuadro es rojo y es también negro, negro como una amenaza, negro como un misterio, negro como la noche, negro como una tía buena vestida de negro que viene a complicarte la vida o a salvártela definitivamente, o quizás a ambas cosas, Rojo y Negro como la novela, así, escrito en mayúsculas, y poco más tengo que añadir al respecto.
Decía que este cuadro representa casi todo con lo que me identifico en la vida, y una de las principales (para mí, joder, para mí, ¿debo insistir en ello?) es su alegato contra la barbarie de lo útil, está muy bien dicho eso de la barbarie de lo útil, o muy bien tirado, como se lleva decir ahora, ¿papá, qué me va a servir más en la vida, multiplicar o dividir?, me preguntó mi hijo de siete años el otro día, y yo no pude evitar mirarlo con cara de sorpresa, incluso de asco, por qué no confesarlo, sí, un poco de asco sí que sentí, no desde luego hacia él, sino hacia esa barbaridad de pensamiento, seguramente oído de algún compañero que lo había aprendido de un adulto, me imagino la clase de razonamiento, no sé para qué te enseñan esto si no te va a servir de nada en la vida, sí, de modo que lo cogí por los hombros, y mirándole a los ojos, le dije, no hay más útil que lo inútil, Miguel, porque ¿tú dirías que un beso es útil o inútil?, y para mí no hay nada más útil que un beso tuyo cuando llego del trabajo, de modo que sí, cuarenta y dos tacos que tengo, y aún no tengo claro que es lo útil o lo inútil, ni siquiera para eso que se llama ganarse la vida, que más bien me la gano haciendo lo que algunos considerarán una gran inutilidad, que es contar cosas. Yo sólo sé que si una caricia es inútil, yo quiero ser inútil, y si un libro, sobre todo un libro que cuenta cosas inútiles, es doblemente inútil, yo quiero ser doblemente inútil. Y si un periódico de papel repleto de palabras efímeras es inútil elevado al cuadrado, yo quiero ser inútil elevado al cuadrado, que no es lo mismo que doblemente inútil, es mucho más, es inútil multiplicado a sí mismo, vaya si me sirvieron las matemáticas, y los castillos de fracciones, y el latín, y la filosofía, nada me ha sido más útil en la vida que frustrarme leyendo a Kant sin entenderlo hasta que un día, a base de memorizarlo, lo entendí, no sé como fue, ni cómo me vino la luz, sólo sé que sucedió así, me lo aprendí sin comprenderlo, fíjense qué inutilidad, y un día, ya hecho Kant discurso en mi memoria, lo entendí, y puedo asegurar que fue casi mejor que un orgasmo.
Este dibujo de Paco Pérez Valencia tiene para mí también un poco de eso, un poco de memorizar o indagar a ciegas, un poco de búsqueda sin saber lo que estás buscando, pero con la sensibilidad a flor de piel, y los sentidos bien despiertos, usándolos de forma equivocada, como un loco, oliendo lo que habitualmente se toca, oyendo lo que habitualmente se ve, tomándole el gusto a todo, y sobre todo cuestionándolo todo, las preguntas y las respuestas, buscando en el arte respuesta para los números, y en las emociones preguntas para la inteligencia, inventando cada día cómo vivir, quizás con la única seguridad de que su trabajo -que es el mío también o debería serlo- consiste en conmover. Y a mí Paco, con este dibujo, me conmueve, casi tanto como conmueve a sus alumnos, esos a los que cambia un nueve por una carta, una carta en la que le explican cómo se lo merecen, me conmueve con su empeño en seguir como si le fuera la vida en ello, como un quijote, y convirtiendo en quijotes a todos los que (nos) encuentra a su paso, y sobre todo me conmueve con su vuelta al centro de todas las cosas, que al final es la vuelta a nuestros hijos –hola, soy Curro, el hijo de Paco, escribe el propio Curro con su puño y letra-, pero también la vuelta a la edad en la que fuimos niños, la vuelta a las películas que vimos con nuestros padres, la vuelta a casa, volvamos a casa, Debbie, con voz de John Wayne en Centauros del Desierto, y, habrá que decirlo, la vuelta a nuestros muertos, a los que nos precedieron pisando la misma tierra que nosotros, la vuelta a su abuelo y a mi padre, que también está en este cuadro, aunque Paco no lo sepa, y aunque a mi padre no le hubiera gustado el cuadro nada en absoluto.
A mí tampoco es que me guste, porque gustarme no es la palabra, más bien me la pone dura, en todos los sentidos posibles, sobre todo en el anímico, y quiero decir con ello que me vengo arriba con él, porque me parece un dibujo torero o más bien un dibujo repleto de orgullo y de vergüenza torera, es un dibujo de decir aquí estoy yo a pesar de todo, tengo un pasado imperfecto pero mío (imperfecto como los borrones del dibujo e incluso alguna errata que es deliberada, o no, yo qué sé), y no, definitivamente no me importa, no me importa que lo que pudo ser no fuera, porque fue otra cosa.
Y esa es también mi vida, una vida que no fue lo que proyecté, y no lo siento, porque tengo todo lo que de verdad importa: lo inútil, y una vida en rojo y negro.