Te admiro porque eres la primera presencia que busco cuando me levanto, y porque, siendo tan nervioso, eres, sin embargo, el único capaz de calmar mi ansiedad.
Te admiro por las mismas razones por las que admiro a tu madre: por tu fortaleza de carácter, por lo terriblemente testarudo que puedes llegar a ser, y porque sencillamente me desarmas.
Te admiro por tus golpes y por lo divertido que eres. Por esas salidas desconcertantes que hacen imposible enfadarse contigo, aunque me lo proponga muy seriamente.
Te admiro porque todas las reprimendas que se intentan contigo acaban en ganas de comerte a besos, y en deseos de dejar de tomarse la vida tan en serio y de reírse contigo hasta el fin del mundo.
Te admiro por tus zascas tan ocurrentes, pero también porque sabes a quién se le puede dar un zasca y a quién no. Porque tus profesoras me dicen que eres educado e incluso un poco temeroso con los adultos.
Te admiro por esa timidez que tienes fuera de tu ambiente, tan contradictoria con el remolino de tu pelo, y con esa imagen de pinta que gastas, y que todos te intuyen a primera vista: éste tiene que ser el bueno de la familia.
Te admiro porque los que se refieren a ti con esa sorna, aciertan y se equivocan. Se equivocan porque eres tan inofensivo que serías incapaz de hacerle daño a una mosca. Y aciertan porque eres un diablillo entrañable, tan malote como para que a cualquiera le entren ganas de irse contigo al mismo infierno.
Te admiro porque cuando tu madre y yo vamos al colegio las niñas que os atienden en el comedor del canasto nos dicen: ay… mi Migué, como es mi Migué, y se quedan suspirando, y yo sospecho que no serán las únicas niñas que suspirarán por ti.
Te admiro por el lunar que tienes justo encima del labio y porque, cuando te miro, me digo, Dios mío, cómo es posible que un tío tan guapo sea hijo mío.
Te admiro por cómo juegas, con todas esas onomatopeyas dando vida a tus juguetes, y por cómo te enfadas cuando te veo jugar, igual que me enfadaba yo cuando me veían a mí.
Te admiro por los Lego que construyes, y que desmontas y reconstruyes constantemente inventando formas nuevas.
Te admiro por la forma en la que sigues a tu hermano y te enorgullece todo lo que él hace. Porque cuando sugiero compartir algún dibujo suyo, tú me animas y me dices, sí papá, que lo vea todo el mundo.
Te admiro porque te vas a la cama sin protestar y te levantas sin protestar, y así cada uno de los días de la semana.
Porque eres tan fuerte que nunca te pones malo y, si te pones malo, haces como que no lo estás, para que se te pase enseguida, y en eso también eres como tu madre.
Te admiro porque estás leyendo Memorias de Idhún, que es un librazo para tu edad, y porque, aunque no dibujas como tu hermano, ni falta que te hace, cada vez dibujas mejor.
Te admiro por la letra tan horrorosa que tienes, casi tan horrorosa como la mía, y por cómo te esfuerzas en los exámenes de lengua para que parezca bonita, aunque la profesora no sea capaz de premiarte ese esfuerzo como tú crees que te mereces.
Te admiro por ir a chino, y por arrepentirte de las pellas que hiciste al saltarte las clases, y por cómo tú mismo decidiste que sí, que querías volver, sin que nadie te presionara. Te admiro mucho por ello, de verdad, y por los 93 puntos que te han dado en chino, 93 de 100 nada menos, qué fenómeno.
Te admiro por cómo fuiste capaz de abrirte paso en nuestros corazones desde el primer día, y porque si Jesús fue el big, tú fuiste el bang, una explosión que hizo que nuestro mundo se expandiera contigo.
Te admiro porque eres tan pequeño y tan tierno que nos ha dejado sin ganas de que pueda haber alguien en nuestras vidas más pequeño que tú.
Te admiro porque es imposible no quererte, y no hay virtud más admirable que esa.