Artículo publicado en ABC el 28 de julio de 2017
Recientemente conocíamos que el Ministerio de Educación ha reprochado a cinco comunidades el hecho de que permitan a los alumnos con dos suspensos obtener el título de ESO sin necesidad de ir a la recuperación de septiembre. Al hilo de esta noticia, el director de este periódico, Álvaro Ybarra, se preguntaba en Twitter: ¿Será casual que las comunidades peor posicionadas en el informe PISA sean las que permiten obtener el título de ESO con suspensos? Pregunta a la que, con su permiso, agrego otra: ¿Será casual también que todas estas comunidades, salvo Canarias, estén gobernadas por el PSOE?
Analizando la posición del PSOE en materia de educación, y su querencia cada vez más acusada hacia esa “innovación pedagógica” de aprobar suspendiendo y de “democratizar” las becas y resultados académicos más allá de los méritos y el esfuerzo de los alumnos, me pregunto realmente si no estamos asistiendo a una verdadera disolución socio-psicológica de las ideologías, que elimina los viejos valores y contenidos programáticos, sustituyendo los conceptos políticos por meras etiquetas huecas y a veces hasta contradictorias con aquellos. Lo importante no es lo que es, sino lo que parece ser. Lo relevante no es lo que sea genuinamente de izquierdas, sino lo que la gente identifique como tal.
Es lo que me parece que sucede en la actual relación entre Socialismo y Educación. Porque desde siempre la Educación fue el gran campo de batalla de los partidos de izquierda, y uno de los argumentos más reconocibles de su ideario. Pero su apuesta por la educación pública, como gran instrumento para la igualación social, era precisamente una apuesta por el mérito individual, en oposición a los privilegios de origen o de clase. Frente a las posiciones políticas vinculadas a las clases dominantes, lo que la izquierda propugnaba era la igualdad de oportunidades basada en el esfuerzo y la valía: que sea la formación y no la posición social el elemento determinante de las posibilidades de desarrollo personal.
La suplantación de esta visión sobre la Educación por la que desvincula las becas y los aprobados del esfuerzo y el mérito sólo me resulta explicable a la luz de la aludida disolución socio-psicológica de las ideologías. Ya a finales del pasado siglo XX, diferentes autores advirtieron que la Opinión Pública estaba perdiendo el contenido político y crítico que tuvo en la concepción de los pensadores liberales, para acabar convirtiéndose en una manifestación meramente demoscópica, fruto de las encuestas y de lo que la gente opinaba en ellas. Algo de eso –estimo- está ocurriendo con la política y las ideologías en general: los programas de los partidos se vacían y el pensamiento político (tanto de izquierda como de derecha), antaño sustentado sobre valores y contenidos firmes y reconocibles, es sustituido por una mera colección de clichés o estereotipos que diferencian las distintas partes del tablero político.
A través de estos clichés, todos, casi de forma instintiva, podemos reconocer si estamos ante una opción política de izquierdas o de derechas. Así, todo lo que es “verde”, “investigador”, “innovador”, “sostenible”, “gay”, “cultural” o “intelectual” se vincula a la izquierda, aunque no tendría por qué ser así. Tradicionalmente lejos de lo empresarial, la izquierda ha hecho sin embargo suyo el emprendimiento y todo ese mundo del “networking” o trabajo colaborativo. Y desde luego todo lo que nos “suena” a “universalización de derechos”, lo vinculamos también con la izquierda, más allá de que estemos pudiendo incluso llegar a confundir el concepto de “derecho” con el de “privilegio”, es decir, con su antónimo.
Yo creo que la política educativa del “aprobado para todos” es una verdadera subversión de las ideas originarias de la izquierda sobre educación. Una sustitución del pensamiento político por clichés socio-psicológicos mayoritariamente huecos pero que en este caso han generado una auténtica inversión del pensamiento original. Frente a la educación universal que propiciaba la igualación de oportunidades a través del mérito, la nueva universalización que se propugna ya no es la del acceso a la de la formación, sino la del acceso al título, anulando por tanto el sentido de la educación y favoreciendo la perpetuación del orden social basado en privilegios de origen.
Dicho de otra forma, las políticas de izquierda sobre educación están lejísimos de ser de izquierda. Y eso ocurre por la disolución socio-psicológica de sus contenidos programáticos en rutilantes clichés que no son sino una manifestación de lo que la gente percibe de forma instintiva e inconsciente. Da igual que existan contradicciones conceptuales, como en este caso. Lo que la gente aprecia que es de izquierda, es de izquierda. Y desde este prisma, sólo desde este prisma, las comunidades que están permitiendo a los alumnos con dos suspensos obtener el título de ESO están siendo muy socialistas.