Artículo publicado en ABC de Sevilla el pasado domingo 1 de julio de 2018
Derribará tabiques y eliminará despachos, convertirá los espacios abiertos en el epítome del trabajo en equipo, creará zonas comunes recreativas con canastas de baloncesto y grifos de bebidas bajas en calorías, contratará empleados guapos y guapas en proporción idéntica, estimulará la diversidad con una generosa cuota gay, creará un código estético de extremos, de negros y blancos, de tacones altos y zapatillas deportivas, de trajes de sastre y vaqueros rotos, de impecables camisas blancas y camisetas gamberras con leyendas como mi novio es un inútil (nunca en sentido de género inverso), y por supuesto esconderá todos los cables. El cool manager, encargado de hacer que las empresas sean irresistiblemente atractivas, tendrá competencias, por tanto, en vestuario, interiorismo, selección y desarrollo de personal y promoción de lifestyle.
Angloparlante real o simulado, encadenado a extranjerismos para los que finge no encontrar sinónimos en español, influirá sobre la dieta de los empleados, teniendo entre sus competencias la de actuar tajantemente contra el sobrepeso. Con ese fin, habilitará gimnasios con baños mixtos dentro de la empresa, o en su defecto llegará a acuerdos con centros deportivos cercanos y llenará de fruta los frigoríficos (color acero) que instalará en los espacios de convivencia y brainstorming, en los que tampoco faltarán las botellas de champán para celebrar los éxitos corporativos en fiestas llenas de confetis, globos, espíritu lúdico y felicidad. La gamificación y el happyness serán, de hecho, áreas centrales de su responsabilidad, como también la creación de una cultura global e internacionalizada. No solo la diversidad sexual será promovida por el cool manager, también la religiosa y racial, y por supuesto la política. Será su función convertir la organización en un crisol de tribus urbanas y culturas alternativas, donde quepa lo punk, lo pop, lo indie y lo gótico, donde los empleados tengan cosas que enseñar, como tatuajes en los brazos y aros en los orificios más insospechados.
«Su misión en materia de employment será fomentar expresamente la cultura de estar de paso, la percepción del puesto de trabajo como una oportunidad para seguir aprendiendo, y no como un modo de ganarse la vida».
Su misión en materia de employment será fomentar expresamente la cultura de estar de paso, la percepción del puesto de trabajo como una oportunidad para seguir aprendiendo, y no como un modo de ganarse la vida. Por ello, reclutará fundamentalmente a candidatos que no necesiten trabajar (la diversidad social será la única despreciada, pero de un modo tan soterrado que no se notará), nutriendo sus equipos de profesionales que se vean a sí mismos como amateurs (¿o más bien al revés?) y que anden a la búsqueda no de un salario sino de un propósito excitante. Toda experiencia internacional será valorada, aunque sea la de servir copas en Londres o Lisboa, sobre todo si es en Londres y Lisboa, que son las ciudades más trendy de Europa. En suma, el cool manager promoverá que los trabajadores sean nómadas, jóvenes sin ataduras ni deseos de tenerlas, alérgicos al compromiso y excitados por la posibilidad de acumular experiencias en plural.
Para los empleados con obligaciones familiares, esa herencia del pasado, instalará guarderías dentro del recinto de trabajo o las promoverá junto a otras empresas cercanas para fomentar la conciliación personal y laboral, es decir, para evitar que las madres (especialmente ellas) dediquen tiempo a sus hijos y además para que hagan esa delegación sin trauma alguno, como una decisión propia, positiva y personal: la de la realización individual a través del trabajo y no de la familia. Extenderá sobre la organización una filosofía de bolsillo repleta de optimismo laboral y rebosante de vitalidad emprendedora, desposeída de cualquier sombra de negatividad y espíritu crítico, y concebida para fomentar la asimilación del desarrollo profesional con la felicidad personal. Con esa idea también fomentará el uso laboral de las redes sociales para la difusión de mensajes corporativos de elevada hondura filosófica, del tipo qué bien nos lo pasamos en nuestra oficina o cómo mola trabajar con este equipo, todo ello acompañado de selfies ilustrativos de ese nuevo concepto friendly del trabajo-fiesta.
«Creará (o cocreará para ser exactos) un significado corporativo, que naturalmente exigirá (re)inventar el sentido original de la empresa, despojándolo de cualquier atisbo de realidad, pues la realidad es prosaica, y el propósito no debe serlo, debe ser extremadamente cool, y, si no es verdad, no importa, porque será posverdad»
Sus competencias alcanzarán también, por tanto, el estilo de comunicación. Creará (o cocreará para ser exactos) un significado corporativo, que naturalmente exigirá (re)inventar el sentido original de la empresa, despojándolo de cualquier atisbo de realidad, pues la realidad es prosaica, y el propósito no debe serlo, debe ser extremadamente cool, y, si no es verdad, no importa, porque será posverdad. En la reconstrucción de esa misión, el cool manager, como buen cazador de tendencias o cool hunter, tendrá un olfato infalible para las ideas falsamente heréticas que son la nueva ortodoxia, y las propondrá a los hombres de marketing para que las transformen en storytelling: un relato inspirador que haga trascendente (y cool) a sus marcas comerciales, que dé a los clientes motivos convincentes para sentirse subversivos dejándose su dinero en productos que no necesitan. Finalmente, el cool manager tendrá hilo directo con el ceo y los co-founders y su reto será convertirlos en ídolos cool, cercanos a la vez que inaccesibles, las rutilantes estrellas del rock and roll social del emprendimiento, los más transgresores, los más visionarios, los que van a la oficina no para trabajar sino para imaginar cómo será su empresa (y el mundo) dentro de veinte años.
Después de más de tres décadas de éxitos en Estados Unidos, el management de lo cool ya ha llegado por fin a España. LinkedIn acoge el pre-estreno y próximamente podrá verse en todas las grandes empresas españolas. No digan que no están advertidos.