Artículo publicado como Tribuna Libre en ABC el domingo 19 de noviembre de 2017.

A partir de los doce años, creo que todos los niños deberían dedicar en la escuela al menos media hora diaria para la lectura de prensa, y los profesores otra media para constatar que han comprendido lo que han leído. Hablo de periodismo escrito, en formato digital o en papel, pero escrito, con contenidos jerarquizados por los medios y preferentemente distribuidos por secciones temáticas. Me parece que la sociedad actual no es consciente del riesgo de disolución de ese público lector, sin el cual no habrían avanzado ni las ciencias, ni la cultura y las artes, ni desde luego la democracia como sistema político y modelo de convivencia.

En “Homo videns”, Sartori incidió de modo brillante en la necesidad de distinguir entre educación y educación política. Lo que proporciona calidad democrática a una sociedad es la educación política, es decir, el interés de los ciudadanos por la cosa pública.

Aun dando por bueno que estamos ante la generación mejor preparada de la historia, cosa discutible, de lo que parece que caben pocas dudas es del creciente desinterés de la sociedad por la actualidad política. En España, ya los de mi generación teníamos bastante menos cultura política que la generación que vivió la Transición, y me temo que el salto es aún más abrupto con los jóvenes actuales. Estos dicen informarse por las redes sociales, pero la dinámica de acceso a la información que promueven las redes no es jerarquizada. Es decir, los jóvenes prescinden del criterio de autoridad periodística que está detrás de la confección de una portada o una home para guiarse por su propio criterio, lo que en muchos casos les lleva a consultar noticias muy llamativas pero muy poco relevantes para la cosa pública.

«Lo que proporciona calidad democrática a una sociedad es la educación política, es decir, el interés de los ciudadanos por la cosa pública».

Hay un público joven que se orienta a la política pero a través de la emoción no de la razón. En los orígenes de la democracia, el activismo político estaba directamente relacionado con el raciocinio público y la lectura política. De hecho, el sufragio se fue ampliando conforme se fue ampliando la base del público lector. El público lector era al mismo tiempo el público políticamente activo, el que participaba en el debate político de los salones, los clubes y los cafés, donde se instaura el concepto de autoridad debatida, el convencimiento de que las mejores soluciones para el interés general emergen de una discusión entre iguales sometida únicamente a argumentos racionales, de una confrontación intelectual en el que las opiniones mejor informadas vencen a las peor informadas con independencia del estatus social de las personas de las que procedan.

El periodismo escrito era, por tanto, no sólo ese perro guardián de la Opinión Pública, vigilante a los abusos del poder. El periodismo escrito era mucho más que eso: era el gran agitador del raciocinio público, el dinamizador del debate político y cívico, en el que solo cabían las opiniones informadas, las del público lector con derecho a participar del sufragio. Para los defensores del sufragio universal, la extensión de la democracia debía significar al mismo tiempo la extensión de la educación y de la educación política, la extensión de las capacidades del público para formarse opiniones sobre los asuntos públicos.

«El periodismo escrito era mucho más que el perro guardián de los abusos del poder: era el gran agitador del raciocinio público, el dinamizador del debate político y cívico, en el que solo cabían las opiniones informadas, las del público lector con derecho a participar del sufragio».

Cuando en la actualidad se propone, como fórmula para reforzar la democracia, la ampliación de la participación de los electores en las decisiones políticas a través de fórmulas directas como los referendos o los sondeos, se ignora el riesgo de que esa participación se base en opiniones completamente desinformadas. Sartori dice que cualquier ampliación en democracia del “dermopoder” debe ir acompañada de una ampliación del “dermosaber”, y no se equivoca. Pues de lo contrario el gobierno de la opiniones informadas puede degenerar en el (des)gobierno de las opiniones aleatorias o, peor aún, en el gobierno totalitario de las opiniones manipuladas.

La democracia no la mejorarán las fórmulas de participación directa basada en la desinformación. Para reforzar la calidad de nuestra democracia, nada más efectivo que mejorar la educación política de los ciudadanos, que llevar a las escuelas el estudio de la filosofía política y el derecho constitucional, y que fomentar el hábito de la lectura, y particularmente el de la lectura de la información y opinión escrita, (re)convirtiendo a los individuos nuevamente en ciudadanos informados y políticamente activos.

Más democracia no son más elecciones, ni más sondeos. No es más gente en la calle enarbolando pancartas y eslóganes hueros. No son más momentos emocionantes. Más democracia es más público lector. Sencilla y racionalmente.