Una vez, con el establecimiento recién abierto, los dos propietarios de SuitcakeSara Oviedo y Jorge Hurtado, me contaron que lo primero que hacían cuando llegaban por la mañana era darse un abrazo enorme. Un estrujón largo, largo, para celebrar la buena suerte de haberse conocido y de poder hacer lo que querían hacer en ese momento de sus vidas. Y no lo sé con seguridad porque no se lo he preguntado, aunque muchas veces he estado tentado de hacerlo, pero sospecho que, un año y pico después, siguen cumpliendo cada mañana con ese maravilloso ritual, porque el imán que tiene este sitio, la fuerza cautivadora que te atrae hacia él, lo que lo hace un lugar mágico y tentador no es ni su tarta de calabaza, ni su tarta de chocolate y avellanas, ni siquiera su célebre tarta de zanahoria (ni tampoco su strudel, que es lo más flojito que tienen): el verdadero secreto de Suitcake es que transmite buen rollo por todos sus poros, el rollo achuchón de los abrazos que se dan Jorge y Sara por las mañanas, un rollo disfrutón, de afterwork y carpe diem que hace que te apetezca pasarte muy a menudo por allí, a endulzarte la vida o más exactamente a dejar que te la endulcen.

Sí, yo creo que el éxito de Suitcake es un poco ese, y que Suitcakemás que un obrador a secas, es un obrador de la felicidad, que, así dicho, suena un poco cursi, y sobre todo un tanto pretencioso, más que nada por el carácter tan absoluto que nos empeñamos en otorgarle al concepto de felicidad, como si la felicidad fuera acaso otra cosa que pequeños momentos en los que experimentas el gustazo de vivir: una caricia inesperada y que de repente te estremece; una ocurrencia divertida de tu hijo pequeño al salir del colegio; un cliente que te dice que eres un profeta en lo tuyo; una película en blanco y negro que has visto y te encantó, pero de la que recuerdas tan vagamente el argumento que puedes seguir la trama como si fuera la primera vez; una revista de viajes recién estrenada; un libro que todavía huele a librería; un trozo de parmesano y una copa de vino tino.

No sé en qué estadio de la felicidad, de mi felicidad, debo colocar a Suitcake, pero qué duda cabe que entre las pequeñas grandes sensaciones que activan las hormonas del buen rollo en mi cerebro se encuentran, desde hace un par de años, sus maravillosas tartas, brownies y hojaldres, sus elegantes paquetes, su bollería y sus roscos de reyes, su exquisito interiorismo firmado por el arquitecto Rafael Vera… y, en mucha menor medida, su strudel, que ya digo que no está a la altura del resto, y yo me lo llevo sólo porque veo que se les va a quedar, y me da cosa.

Una vez leí en un periódico algo así como que Suitcake era el resultado de la crisis, y aquella definición me horripiló porque, más allá de los datos objetivos que puedan sostener un titular de esa índole, a mí me parece que el concepto de crisis le pega tanto a Suitcake como una tormenta a un día de boda: son como el agua y el aceite, dos sustancias que se repelen y que no pueden o no deben estar juntas, y mucho menos en un titular de prensa digital, de esos que saltan de un ordenador a otro.

No. Suitcake no es el resultado de la crisis, menuda ordinariez: Suitcake es el resultado de una pasión, que es la pasión de Jorge por la repostería, y de la audacia de Sara al convertir esa pasión en un proyecto empresarial compartido. No un proyecto para ganarse la vida, sino para disfrutar de la vida. Para ser más felices.

Por eso, mucho más que el resultado de la crisis, yo diría que Suitcake es el fruto brillante de la vida, que a veces es un poco cabrona, pero sólo para compensar los momentos en que es asombrosa, divertida y excitante: el mejor lugar en el que estar hasta que se demuestre lo contrario. 

Muchas veces he pensado que si Suitcake estuviera en Nueva York, y no en Sevilla, lo tendríamos muy visto en el Vogue y en el Elle, y, a poco de que un guionista se pasara por allí, hasta en una serie de la televisión, algo así como Magnolia Bakery en Sexo en Nueva York. Pero, suerte que tenemos, este obrador del buen rollo no está en el Greenwich Village, sino en el Porvernir, Sarah Jessica Parke no se ha pasado aún por allí que yo sepa, y sobre todo todavía no hay que guardar cola para entrar, de modo que aprovéchense y no pierdan la oportunidad, vayan corriendo a Suitcake a llevarse un trozo de tarta o dos, porque encima, como están hechas con ingredientes naturales, casi no engordan, y sobre todo vayan a Suitcake a ser más felices, porque lo serán, aunque, eso sí, acuérdense de no pedir strudel, porque ya les digo yo que no merece mucho la pena, sobre todo si es viernes, o si es sábado, esos días no les sale nada bien, no sé por qué, así que olvídense, si van a ir el fin de semana a quitarme el strudel, mejor que se queden en sus casas.