Despertarte temprano, pero sin la alarma, cuando la claridad entra por la ventana de la habitación.

Salir a la calle, comprar el periódico, tal vez una revista de viajes, y desayunar sin prisa ninguna.

Pasar por la plaza de abastos para comprar algo, quizás unas gambas arroceras, y tomate, pimiento y cebolla para preparar un salpicón. También un melón para el postre.

Dejar las cosas en casa y bajar a la playa para andar a buen ritmo, al menos dos horas.

Llegar a casa cansado, sudando y sintiendo las piernas pesadas. Darte una ducha tibia y larga.

Ponerte cómodo y fresco, comer algo ligero y tumbarte a lo largo en el sofá, con un libro y la persiana entornada.

Dormir una siesta de las de antes.

Tomarte una tónica bien fría con una rodaja de limón. O quizás un café en una copa con hielo.

Volver de nuevo a la playa con una toalla para tumbarte y otra para apoyar la cabeza, y leer hasta que el sol se ponga.

Regresar abstraído, pensando en lo que has leído, o en lo que ha leído quien va contigo en la lectura y en la vida.

Cenar en la terraza cuando ya ha oscurecido, y rematar con un Oporto si la noche se pone propicia.

La felicidad está a la vuelta de la esquina.