Un ingeniero amigo y cliente, director corporativo de una gran empresa aeronáutica, me confesó una vez que uno de los mejores consejos que le habían dado en su vida fue el de leer a diario al menos dos periódicos, uno de información general y otro de información económica. Fue una recomendación que le hizo un “peso pesado” de su profesión, al que le mandó a ver su padre cuando acabó la carrera para que le orientara. Aquel colega veterano le dijo que estar atento de la actualidad informativa le iba a proporcionar una apreciable ventaja competitiva con otros colegas. El siguió a rajatabla ese consejo y, como ya he señalado, lo considera uno de los más valiosos que nunca ha recibido.

Sirva esta anécdota para ilustrar hasta qué punto leer la prensa (seguir los medios en general) resulta valioso para cualquier profesional. No hablo ya del valor que aporta al individuo en su condición de ciudadano, que por supuesto, sino en su condición de profesional para el mercado de trabajo. Realmente resulta difícil imaginar una profesión para la que la atenta observación de los medios no suponga un valor añadido. ¿Puede un artista aspirar a crear ajeno al mundo que le rodea? ¿Puede un profesor enseñar sin conocer qué pasa en su ciudad, en su país y en el mundo? ¿Puede siquiera un médico o un jurista ser ajeno a las novedades de la actualidad directamente o indirectamente relacionadas con su quehacer profesional? ¿Puede un empresario aspirar a conocer el mercado sin conocer sus noticias?

«El contenido es la clave, y si no se lo inculcamos a fuego a los que estudian los grados de comunicación estaremos equivocándolos de forma radical».

Si esto es así casi en cualquier ámbito laboral que uno pueda imaginarse, qué no podremos decir con los profesionales que aspiran a dedicarse a la comunicación. Recientemente se hacía viral la carta de un periodista y académico uruguayo que cansado de pelear contra whaatsapp y facebook había decidido tirar la toalla y dejar de dar clase en la Universidad. “Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales”, explicaba en esta carta ese colega, que lamentaba la profunda desconexión con la actualidad informativa de sus alumnos y su completo y paradójico desinterés por los medios de comunicación. Algunos de sus alumnos se sorprendían incluso de que se siguieran vendiendo periódicos. (Y eso que la carta fue escrita en realidad hace varios años, aunque es ahora cuando se ha hecho viral)

Es necesario reconocer que la realidad no es esencialmente diferente en nuestro entorno. Los universitarios no leen la prensa y los que estudian los grados de comunicación no parecen que sean ninguna excepción. Si todos los de mi generación nos sabíamos de carrerilla los nombres de los reporteros y columnistas más célebres de los distintos periódicos (eran nuestros ídolos) e incluso porfiábamos sobre quiénes eran los mejores,  los actuales estudiantes de Comunicación difícilmente aciertan a dar el nombre de un periodista, salvo que salga en televisión, ni por supuesto leen la prensa ni a diario ni regularmente. Y eso es un dislate absoluto.

«la comunicación, ejercida desde los medios o desde las empresas e instituciones, es una profesión ligada a las noticias, y cualquier intento de ejercerla desconociendo la actualidad informativa y los fundamentos del periodismo está directamente abocado al fracaso»

Ningún alumno de Comunicación debería llegar al ecuador de su grado sin demostrar que conoce la actualidad informativa y sin leer a diario la prensa (en formato papel o digital). Me consta que muchos los profesores lo intentan pero a la hora de la verdad se sienten impotentes de lograrlo y de arbitrar las medidas para hacer que los alumnos sigan los medios. Quizás en el pasado, todo ello no fuera necesario, porque el interés por los medios se le suponía al estudiante de Periodismo como el valor al soldado, pero en el momento actual fingir que los alumnos de Comunicación se interesan por la actualidad informativa es autoengañarse… y engañarlos a ellos.

Engañarlos a ellos porque la realidad es que no se puede ejercer cualquier profesión relacionada con la comunicación siendo ajeno a la realidad que cuentan los medios y estando desentrenados en la capacidad de entender y desentrañar la información periodística. Mi impresión es que muchos estudiantes actuales eligen los grados de comunicación un poco confundidos por la creciente ambigüedad de este concepto, cada vez más desconectado del periodismo y más ligado al marketing digital, creyendo que podrán ejercer sin necesidad de interesarse por la actualidad de la esfera pública. Pero eso es sencillamente una falacia porque la comunicación, ejercida desde los medios o desde las empresas e instituciones, es una profesión ligada a las noticias, y cualquier intento de ejercerla desconociendo la actualidad informativa y los fundamentos del periodismo está directamente abocado al fracaso. No es que seguir las noticias sea un valor añadido para el comunicador, como lo puede ser para el profesional dedicado a la ingeniería, al marketing o a la creación artística, es que resulta una condición imprescindible para la supervivencia profesional.

«Un profesional dedicado a la comunicación tiene que superar unos mínimos teóricos de ciencia política, derecho constitucional, estructura económica, derecho internacional, historia del pensamiento e historia contemporánea»

En consecuencia, hacemos un flaco favor a los futuros comunicadores si les dejamos pasar de curso siendo completamente ignorantes de la actualidad informativa. También les hacemos un flaco favor si les hacemos creer que las técnicas comunicativas son más importantes que los contenidos. Lo diré de una forma que no quepa lugar a dudas: un profesional dedicado a la comunicación tiene que superar unos mínimos teóricos de ciencia política, derecho constitucional, estructura económica, derecho internacional, historia del pensamiento e historia contemporánea. Aquellos contenidos, que sí estaban en los planes académicos originales de las carreras de comunicación, desaparecieron y el resultado es que muchos alumnos llegan a los últimos cursos sin saber qué diferencia un sistema presidencialista de un sistema parlamentario, qué son elecciones primarias, qué diferencia la democracia directa de la representativa, quién es Adam Smith o Tocqueville, qué pasó en Inglaterra con la Revolución Gloriosa, a qué se dedica la ONU o cuáles son las atribuciones de la Comisión Europea.

De nada sirven a las empresas de comunicación –no digamos a los medios- alumnos que sepan editar vídeos, manejar herramientas de actualización de redes, utilizar programas de diseño o conocer los fundamentos del posicionamiento seo, si su bagaje cultural es tan precario que difícilmente aciertan a entender los artículos que se publican en los medios, si asisten a una conferencia y no se enteran de lo que el erudito les está contando, si son incapaces de desarrollar una opinión o un razonamiento que vaya más allá de los lugares comunes y de las precarias ideas extendidas por el pensamiento hegemónico de las redes sociales. Naturalmente que todas esas habilidades técnicas que he mencionado están muy bien, y tenerlas es mucho mejor que no tenerlas, pero lo que esencialmente tiene que ser un comunicador es una profesional con unos referentes culturales básicos y sobre todo con la inteligencia entrenada para poder informar de cualquier tema, por complejo que sea, y para ponerse a la altura de los expertos en los temas en los que no es experto.

«Lo que esencialmente tiene que ser un comunicador es una profesional con unos referentes culturales básicos y sobre todo con la inteligencia entrenada para poder informar de cualquier tema, por complejo que sea»

A los becarios que entran en nuestra empresa les sorprende que nuestro principal trabajo sea precisamente el de crear el discurso de médicos, abogados, ingenieros, farmacéuticos o expertos en TICs y hacerlo con tal grado de precisión que parezca que nosotros también lo somos. Pero básicamente eso es exactamente lo que una empresa demanda de un comunicador, que sea capaz de comunicar con la creatividad y la capacidad de divulgación de un comunicador al tiempo que con el rigor y la exactitud de un especialista, y eso requiere de un tipo de inteligencia mucho más entrenada en el contenido que en la técnica.

Básicamente nuestro trabajo va de contar cosas y, si cuando lo intentamos decimos disparates, entonces no servimos. Si no entendemos cosas complejas, no servimos. Si leemos y no nos enteramos de lo que leemos, no servimos. Si nos faltan referentes históricos y filosóficos, no servimos. Si no somos capaces de relacionar conocimientos, no servimos. Si no sabemos resumir y extraer la esencia de textos y discursos sin equivocarnos, no servimos. Si no somos capaces de opinar desarrollando argumentos complejos, no servimos.

El contenido es la clave, y si no se lo inculcamos a fuego a los que estudian los grados de comunicación estaremos equivocándolos de forma radical y las empresas y los medios se nutrirán de licenciados de otros grados. De hecho, en el Comité de Dirección de El País los licenciados en comunicación ya están en franca minoría.