Artículo publicado en ABC de Sevilla el 16 de febrero de 2018

Leer es aburrido, claro que sí, a quién vamos a engañar. No puedes leer y hacer otras cosas al mismo tiempo, como chatear con amigos, ver la tele o publicar en tu muro. No se puede leer medio minuto, y dejarlo, y luego ponerse otro medio minuto, y dejarlo otra vez, interrumpiendo la lectura constantemente. En los libros no hay vídeos, ni fotos con filtros, nadie te motiva con un me gusta, y sobre todo no apareces tú, qué desconsideración. No están tus selfies, ni tus mensajes, y, aunque podrías subrayarlos y anotar cosas, nadie las iba a saber, así que, para qué.  Cuando abres un libro no entras en ningún sorteo, ni obtienes ningún descuento, ni hay nadie aguardando tu recomendación. No hay un premio esperándote después de la lectura, ni ningún concurso en el que puedas participar mientras lees.

No, leer no es una actividad gamificada, vaya por Dios, no es un videojuego en el que puedas sortear líneas enemigas, ni compites contra nadie. Es imposible distraerse leyendo, y también leer distraído. Leer no te hace influencer, ni tampoco nadie vive de leer (ni casi de escribir). No hay youtubers ni instagramers de la lectura, ni tú ni yo conocemos tampoco a ningún tuitstar famoso por los libros que lee. Leer te obliga a sentarte, y a quedarte quieto, y a no cambiar de actividad, y a concentrarte. Leer no es excitante y además es exigente, tanto que a veces ni entiendes lo que lees, y eso te pasa porque no has leído suficiente, así que te obliga a leer más. Leer, la verdad, es casi una tortura, un martirio, una ración de cilicio, un bucle que empieza y nunca acaba, el de leer y pensar, pensar y leer, un consumismo de ideas que nunca se sacia y produce una insatisfacción radical, y, a veces, cierto pesimismo y negatividad. No, leer no es un subidón, no produce euforia, y a veces ni siquiera optimismo.

«Leer es aburrido, tú lo sabes y yo lo sé, pero lo que no sabes, y te lo digo yo, es que cuando llegas a cierta edad, sobre todo si has leído, lo divertido se convierte en mortalmente aburrido, y solo lo aburrido te divierte»

Leer es aburrido, tú lo sabes y además lo dicen las encuestas: más del 40% de los españoles nunca lee por ocio. Y es normal: a quién se lo ocurre gastar el tiempo libre leyendo… Qué sopor, qué densidad de tiempo. Leer exige constancia y pausa, es inicio, nudo y desenlace, pero no todo al mismo tiempo, sino de forma consecutiva, y a veces de forma dilatada. Leer es esperar, y disfrutar en la espera, y, claro, eso es masoquismo. Leer son vísperas. Es hipótesis, desarrollo y conclusión, un argumento que progresa lentamente, no son 130 caracteres con todo incluido, no es un aquí te pillo y aquí te mato, leer, cómo describirlo, es parsimonioso, un trabajo artesanal, y por tanto no se parece nada a lo que pasa ahí fuera, donde todo es digital, todo es espídico: agitación, nervio, optimismo, positivismo, pasatiempo, fiesta, muchedumbre y jolgorio, visto y no visto, tiempo que pasa rápido para no pensar.

Leer es aburrido, tú lo sabes y yo lo sé, pero lo que no sabes, y te lo digo yo, es que cuando llegas a cierta edad, sobre todo si has leído, lo divertido se convierte en mortalmente aburrido, y solo lo aburrido te divierte. Leer, te lo digo yo, es aburrido hasta que deja de serlo, y, en ese momento, ocurre algo increíble, de verdad, no te lo vas a creer. Ocurre que llega un momento en que solo te apetece lo lento, porque lo trepidante te resulta insufrible, y nada te produce más impaciencia que la excitación continua. Una marca te propone participar en un concurso de selfies, por ejemplo, y piensas, quién perderá el tiempo en estas cosas. Te explican una promoción para que puedas optar a no sé qué viaje si te metes en no sé qué web para rellenar no sé qué formulario, y piensas para ti, con retranca: “va a ser lo primero que haga en cuanto llegue a casa”. Ves a una pareja cenando sin hablarse mientras chatean compulsivamente por sus móviles, y rumias: “pobrecillos”. Te proponen jugar a la consola, y piensas: “cuándo crecerán”. Oyes hablar de gamificación, y te entra una pereza que casi te pones a bostezar.

«Ocurre que llega un momento en que solo te apetece lo lento, porque lo trepidante te resulta insufrible, y nada te produce más impaciencia que la excitación continua»

Leer es aburrido, pero te digo una cosa: menos mal. Porque cuando ya todo sea magia, cuando todos los profesores sean prestidigitadores o equilibristas, cuando la clave del aprendizaje sea que el profesor haga el pino puente para que el alumno esté distraído, cuando las noticias de los telediarios se parezcan a los contenidos de un “late show”, cuando toda la información sea entretenimiento y el pasatiempo sea elevado a la altura de conocimiento, cuando todo eso ocurra e incluso estés a punto de esferificarte a ti mismo por puro recreo, cuando estemos próximos al cumplimiento de la profecía de Neil Postman, divirtiéndonos hasta morir, entonces, quizás entonces, alguien recuerde que la alternativa a todo eso es leer.

Leer, decía Séneca, es conversar con los sabios que ya no están con nosotros. Y es diálogo con uno mismo. Es pensar. Es aspiración a la libertad, que es sobre todo libertad de pensamiento. Leer es progreso. Es civilización y hegemonía de la razón. Y es también emoción. Leer es humanismo, que viene de humano, porque no hay nada más humano (ni humanístico) que leer. Es meditación y silencio. A cualquier hora, leer es siempre el mejor momento del día. Es filosofía, ciencia, literatura y también música y arte y cine y deporte. Leer es lento, como un café muy caliente que no puede beberse deprisa, como una onza de chocolate negro que no quieres que acabe de derretirse nunca. Leer es aburrido, pero hay pocas cosas mejores que leer, y las pocas que hay mejoran con la lectura.

Autor


Miguel Ángel Robles

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