Vengo diciendo que el futuro de España (y de Occidente) se va a dirimir en la disyuntiva entre Derecho o Relato.

Y Rajoy ya ha elegido: Derecho y Relato. O sea, los dos.

Escarmentado por el deterioro internacional de la imagen de España tras el referéndum del 1 de Octubre, el presidente del Gobierno está decidido a recuperar la normalidad constitucional en Cataluña, pero no a cualquier precio: quiere hacerlo sin perjudicar la reputación de España ante la comunidad internacional.

El registrador de la propiedad se ha dado cuenta que en la actual democracia, junto al imperio de la ley, rige el imperio de la opinión.

No es algo completamente nuevo (ya Locke advirtió que junto a la ley civil, los ciudadanos y los gobiernos debían amoldarse a una ley de la reputación que era más exigente y coercitiva que la propia ley civil), pero sí un fenómeno acentuado en los tiempos que vivimos.

En la era del Relato, la victoria del Derecho no es completa (y seguramente no es suficiente) si no va acompañada de la victoria de la Opinión Pública.

Todos los medios se han referido al apoyo de la Unión Europea al Gobierno de España. Pero que nadie se engañe. Ese apoyo está muy lejos de ser incondicional. Y, para comprenderlo, basta analizar el mensaje de ayer en en twitter del presidente del Consejo de la Unión Europea.

Tras la declaración de independencia del Parlamento Catalán, Donald Tusk escribió: “España sigue siendo el único interlocutor”… para luego añadir: Yo espero que el gobierno español use la fuerza de los argumentos, no el argumento de la fuerza.

Hay que haber caído de un guindo para no darse cuenta de la advertencia que esconde esa afirmación. La Unión Europea, como todos los gobiernos europeos, estará con la legalidad en España mientras les resulte tolerable desde el punto de vista de la narrativa.

Las cargas policiales del 1 de octubre, perfectamente legales (y más aún: absolutamente necesarias para la efectividad del Derecho) trasladaron una imagen que a los gobiernos europeos ya les costó asumir como parte de su relato colectivo.

Lo que le exige, por tanto, la UE al Gobierno español -y las palabras de Tusk son bien elocuentes- es una victoria completa: la victoria del derecho y la victoria del relato. Y que el marrón de Cataluña salpique lo menos posible a las instituciones comunitarias.

Apoyo, ma non troppo.

La prematura convocatoria de elecciones en Cataluña para el 21 de diciembre ha de entenderse necesariamente bajo esa óptica.

El presidente del Gobierno no realiza esta convocatoria con un cálculo electoral, ni porque tiene sondeos que le garanticen una composición parlamentaria esencialmente diferente a la que existe hoy.

El anuncio y la fecha precipitada de las elecciones obedecen al deseo de Rajoy de ganar la batalla de la Opinión Pública en este preciso momento. No piensa en mañana, sino en hoy, porque, además, de lo que pase hoy, depende lo que ocurra mañana.

Con su reacción a la declaración de independencia, el presidente del Gobierno demuestra que le preocupa tanto el relato como la protección de la Constitución.

Todo en su discurso estaba dirigido a ello: no sólo el anuncio de las elecciones. También el agradecimiento a PSOE y Ciudadanos y sobre todo el énfasis en que el objetivo no era suspender la autonomía sino devolverla a su territorio legal. Ha aprendido de los titulares de la prensa internacional después del 1-0, y quiere evitar a toda costa alimentar el discurso victimista del independentismo catalán.

De hecho, su gran desafío, en estos próximos días, será asegurar la efectividad de la aplicación de las medidas relacionadas con el 155 sin conceder argumentos (y sobre todo imágenes) al storytelling secesionista.

Pero no será nada fácil, porque lo que se encontrará, a buen seguro, a partir de ahora es un territorio sembrado de minas: un montón de trampas hábilmente colocadas por políticos formados en la posverdad, avezados en la construcción de hechos paralelos,  y capaces de aprovechar cualquier paso en falso para fortalecer su relato de pueblo oprimido, que solo aspira a la libertad y al amor fraterno, como ayer dijo Junqueras con despreciable desahogo.

El destituido Gobierno catalán no se va a salir un ápice de su guión. La respuesta de Puigdemont a Rajoy lo demuestra: «Tengamos paciencia y perseverancia. La mejor forma de seguir adelante es la oposición democrática al 155. Debemos hacerlo sin abandonar nunca una conducta cívica y pacífica«.  El independentismo seguirá apelando a la misma convivencia democrática que pisotea y lo hará sin mostrar el menor rubor ni síntoma de incoherencia intelectual.

Estoy convencido de que en los próximos días veremos muchas voces alarmadas que acusarán a Rajoy de “blando” y de no estar defendiendo con la contundencia necesaria la Constitución e incluso la dignidad de España.

Pero lo último que quiere Rajoy es caer en la provocación porque sabe que sabe la Opinión Pública no está preparada para ciertas imágenes, ni aunque sean la consecuencia natural de la aplicación del Derecho. 

Y Rajoy es consciente de que no puede o no debe actuar solo y que arriesga el apoyo del PSOE si sobrepasa ciertos límites. Y sabe también que lo que le exige Europa es que gane, y lo haga con juego bonito.

Si tiene que elegir en última instancia, elegirá el Derecho. Pero no quiere elegir y hace bien.

Veremos si lo logra.