Prometí hablar de lo que quiero.

Y lo voy a hacer a mi modo. Como dije que había que hacerlo: cada uno a su manera.

Y mi modo es el caos. Mezclarlo todo: familia y viajes, trabajo y afectos.

Porque la vida es eso: amasijo y confusión.

Y así es también lo que quiero: un terrible alboroto de deseos.

Quiero muchas cosas, y por empezar por las más concretas, quiero ir a Praga por fin de año, y que me den las doce en un restaurante de la Isla de Kampa que tiene vistas al río Moldava.

Quiero conocer alguna vez la primavera de la Toscana, y de la Provenza, y alojarme en un hotel de Berlín en un diciembre nevado.

Quiero volver a Venecia, y volver a pasear de noche por el Cannaregio, sintiéndome insólitamente confortado por la oscuridad y el silencio.

Quiero llevarme a mis hijos a Londres, y subirlos a la noria, y llevarlos a los parques, y al zoo, y quiero verlos entenderse en inglés mucho mejor que yo.

Quiero darle una segunda oportunidad a Nueva York, o más bien que Nueva York me la dé a mí, y quiero desayunar ostras en el Balthazar, como me contó un amigo que fue, y no se comió las ostras, pero es como si se las hubiese comido.

Quiero que sea verano, e ir a pasear por la playa, y quiero pasar tardes enteras leyendo tumbado en la arena, con una toalla enrollada debajo de la cabeza para estar más cómodo, en silencio, sin palabras que no hacen falta, porque están en los libros que leo.

Quiero seguir leyendo ocho, diez, doce o catorce libros cada verano, y descubrir autores que no conozco, y que leo sin informarme antes de ellos, y que después a veces olvido, porque, para mí, la literatura es antes placer que cultura, y, si no es placer, es leer Amor y Pedagogía de Unamuno con catorce años, o sea, un castigo.

Quiero ganar nuevos clientes, y sobre todo quiero ganar nuevos clientes que sean importantes en mi vida, y que puedan crecer conmigo y yo con ellos.

Quiero desarrollar líneas de negocio que nos diferencien, y que respondan a necesidades bien valoradas (y pagadas) por las empresas.

Quiero que mis clientes me quieran, y sobre todo quiero que mis hijos me quieran, ahora y dentro de unos años, cuando se hagan adolescentes, y cuando se vayan de casa, y cuando se líen o se deslíen o hagan lo que tengan que hacer para ser felices. Y siempre, o sea.

Quiero verlos crecer en casa y quiero arreglar mi casa, que ya es hora, siete años viviendo ahí y todavía las bombillas en el techo.

Quiero invitar a los amigos que aún no he invitado y quiero volver a cenar con los que ya han venido, y llegar al momento de la exaltación de la amistad y no poder querernos más de lo que nos queremos, y acabar a las tantas, después de habernos bebido la última gota de la última botella que ni siquiera recordábamos que teníamos.

Quiero comprarme una caja de un vino de Cádiz que quita el sentío y también los prejuicios sobre los tintos andaluces, y quiero beber champán, para celebrar los éxitos y sobre todo los fracasos, y comer queso, para celebrar cualquier cosa, incluso cuando no haya nada que celebrar.

Quiero seguir yendo a comprar queso a Villa Real de San Antonio y merendar allí por la tarde, tomando una tostada de pan de masa de madre hecha muy lenta a la brasa.

Quiero volver a pasar otra noche desbordante (y desbordada) de deseo en Lisboa. Sí, uff, eso, lo quiero de verdad.

Y quiero ir a Madrid, al hotel que dirige Xavi Vega, y contarle que mi padre también fue director de hotel, y que por eso, para mí, los hoteles nunca son de paso (hay gente que pasa por los hoteles como el que coge un autobús, me dijo una vez).

Quiero preocuparme solo lo necesario, y relajarme, y disfrutar del invierno porque es invierno y del verano porque es verano, y del otoño y de la primavera, que en Sevilla son un mismo tiempo, el tiempo de ir al Rincón de Juan, y tomarse la mejor cerveza del mundo.

Quiero seguir perdiendo peso sin dejar de disfrutar de la comida y sin arrepentirme de uno solo de los kilos que gané.

Quiero seguir mirando al futuro sin lamentarme de nada por el pasado, sin pensar en él siquiera, y sin ponerme demasiado trascendente, con ese punto de inconsciencia tan necesario para ser feliz.

Quiero defender mi tesis, y ser doctor, y darle un abrazo a mi director, y decirle que él me vio cuando nadie me veía, y que gracias.

Quiero hablar inglés de verdad y sin miedo, y quiero dar las gracias, también de verdad y también sin miedo.

Quiero dar las gracias más veces y a más gente, y dárselas otra vez a todos -y todas- a los que ya se las he dado, a toda la gente importante en mi vida, y especialmente a Ella, que por algo la pongo en mayúsculas, es el centro y poco más tengo que decir.

Quiero escribir muchos correos electrónicos, y cartas, y artículos, y guiones de vídeos, y discursos, y planes, y propuestas comerciales y todo aquello que quizás mañana sea basura (o basura electrónica) pero que hoy es mi ocupación y mi pan.

Quiero escribir para mí mismo y para los demás, y quiero seguir escribiendo este blog, y estar motivado para ello.

Quiero también escribir una novela, quiero intentarlo al menos, y contar algo que me salga de dentro, porque de otra forma no sé.

Quiero que cada minuto de mi vida cuente, y que mis palabras sirvan para crear y emocionar, y no para hacer daño.

Quiero aprender más cosas y desaprender las que he hecho rutina, y quiero verlo todo bajo una luz nueva y optimista.

Quiero vivir.

Y sobre todo, en este momento, lo que más quiero, lo que quiero con toda mi alma, es que mi padre viva.

Que viva con buena calidad de vida. Y que viva mucho tiempo, si es posible hasta alcanzar los cien años, que es un número redondo, un número señor y centenario, un número muy de mi padre, con dos ceros como dos soles.

Eso, básicamente, es lo que quiero.