Los deseos, si se cuentan, no se cumplen. Es lo que nos decían de pequeños, ¿os acordáis?

Apagábamos las velas del cumpleaños, y alguien nos susurraba al oído: piensa un deseo, pero no lo digas, que, si no, no se te concederá.

O nos quitaban una pestaña de la mejilla, y el mismo rollo: rápido, un deseo, pero chiissst, no lo cuentes. 

A mí aquello me fastidiaba una barbaridad, porque eso era como saberte un tema, y luego que el profesor no te lo preguntara: una verdadera mala suerte.

Ahora todo ese secretismo no sólo lo veo como un fastidio, sino que me ha acabado pareciendo una de las peores patrañas que nos cuentan en la infancia.

>Como la del ratoncito Pérez: figuraos, un ratón trepando por nuestra cama y colándose debajo de la almohada…

Por supuesto que hay que contar los deseos, y no sólo contarlos, sino que hay que ponerlos por escrito, siempre que se pueda.

Y por varias razones.

La primera, porque si lo pones por escrito, no se te olvida y además no tienes la excusa de que se te ha olvidado.

La segunda, porque lo escrito, escrito queda, y te estimula, o te reta, o simplemente te toca el amor propio, y dices, ¡cómo!, esto tengo que lograrlo, o aquí el vecino se va a poner muy contento.

La tercera, porque, si después no lo logras, tampoco pasa nada, porque lo has intentado, y lo chusco y deprimente, y de cobardes, es no intentarlo.

La cuarta es que, si compartimos lo que queremos hacer, seguramente podremos comprometer a la gente para que nos ayude a lograrlo.

Y la quinta, y más importante, es que, por eso mismo, porque solos podemos muy poco y necesitamos de los demás, los deseos que se cuentan se cumplen más.

Pero hay una sexta razón, que también cuenta, y más en un blog como este, que se llama el placer es mío. Esta sexta y poderosa razón es que contar los planes resulta una gozada.

Cuando cuentas las cosas que quieres hacer, el placer es doble: el placer de planearlo y el placer de hacerlo.

A día de hoy, aún no sé con cuál de los dos es con el que disfruto más: si planificando un viaje, o viajando. Si pensando a qué restaurante voy a ir, o cenando en el que he elegido.

Y además si lo haces así, si cuentas lo que vas a hacer y luego lo haces, aún te queda entonces un tercer placer, que es el placer de contar que lo has hecho.

Y decir, como aquel del Equipo A: me encanta que los planes salgan bien.

Por eso, las empresas, como las personas, tienen que contar lo quieren hacer, y cómo quieren hacerlo.

Y a esto se le puede llamar visión, se le puede llamar misión, se le puede llamar plan estratégico o se le puede llamar como nos salga de la punta de la pluma.

El nombre es lo de menos, lo importante es compartir lo que queremos hacer, y si es posible contándolo de una manera inspiradora, diferente, poco protocolizada y menos transferible.

Nuestra visión, nuestro discurso, o como lo llamemos, tiene que ser principalmente eso: nuestro.

>Si vale para el vecino de enfrente igual que para ti, entonces es que es una birria.

Así que mejor tirar de las tripas que del manual de una escuela de negocio.

Más serio o más gamberro, más provocativo o más comedido, más prudente o más arriesgado. Pero hazlo y que sea tuyo.

Tu palabra y tu declaración de intenciones. Nada más y nada menos.

En la próxima entrada del blog, la mía. Lo que me propongo hacer. Lo que yo quiero.