Artículo publicado en ABC de Sevilla el 1 de febrero de 2018

La decisión del Gobierno de Andalucía de dejar fuera del Consejo Consultivo a los dos miembros propuestos por el PP, para conformar así un órgano menos incómodo, revela la degradación que sufre el concepto de autoridad intelectual, completamente arrastrado por el barro de la llamada “influencia pública”. En el Derecho romano, la “auctoritas” era una legitimación socialmente reconocida que procedía no sólo de un saber contrastado, sino de una cierta altura moral e independencia de juicio. La “auctoritas” era concedida a aquellos ciudadanos que ostentaban estas tres cualidades, que se consideraban fundamentales para ejercer la tutoría.

Desprendida de cualquier consideración moral y ceñida estrictamente a su vertiente erudita, la “auctoritas” ejerce sin embargo hoy una función que no puede estar más en las antípodas de esa consideración intelectual. Un mero papel legitimador, mucho más cercano a la mercadotecnia y a la propaganda que al conocimiento. Dicho de otra forma, lo que se busca de las personas (supuestamente) revestidas de “auctoritas” no es el conocimiento y la sabiduría. No es la guía o el consejo para quien, sin estar exento de voluntad y determinación propia, está dispuesto a dejarse aconsejar. Lo que se busca del (nuevo) “sabio” es la influencia pública, la capacidad de legitimación, el refuerzo de la opinión propia ante los demás.

No sé, si como ha dicho el PP, la renovación del Consejo Consultivo realizada por Susana Díaz es el “mayor acto de despotismo en la historia de la autonomía”. De un Gobierno que lleva más de dos décadas en el poder, lo menos que puede esperarse es cierto ensimismamiento. Como ya advirtió Tocqueville, incluso en democracia, todo poder tiende a ser despótico cuando tiene poco contrapesos; y en Andalucía, el poder socialista apenas los ha tenido. Mucho más me interesa (y me preocupa), como digo, el uso espurio del concepto de autoridad intelectual que está detrás de una decisión de este tipo.

«Lo que se busca del (nuevo) “sabio” es la influencia pública, la capacidad de legitimación, el refuerzo de la opinión propia ante los demás»

Si al Gobierno andaluz le interesara de verdad el conocimiento de expertos capaces de estudiar y asegurar la legalidad de sus decisiones antes de su remisión al Parlamento (tal es la función declarada del Consejo Consultivo) valoraría positivamente la pluralidad de su composición, o al menos le resultaría indiferente. Si excluye a los candidatos propuestos por otros partidos, para dar entrada a ex consejeros, parece necesario concluir que el tipo de ropaje que busca no es intelectual, sino meramente discursivo, o de refrendo del relato, como se dice ahora.

La degradación de la autoridad intelectual, y su subordinación al objetivo de la influencia pública, no es en cualquier caso una práctica exclusiva del Gobierno andaluz, ni siquiera se trata de un fenómeno aislado de la política, sino que resulta una verdadera tendencia social que alcanza derivas muy llamativas. Así, periódicamente, recibo de amigos y conocidos mensajes indignados sobre las manifestaciones disparatadas que personajes famosos realizan sobre la vida pública y que adquieren cierta “viralidad” (la mayoría de las veces intencionada).

Por ejemplo, hace poco me reenviaron las declaraciones de un antiguo futbolista de la selección española que hoy juega en Catar. En ellas, este deportista, Xavi Hernández, expresaba su estupor y malestar por “la existencia de presos políticos en España” (refiriéndose a los políticos separatistas catalanes que vulneraron conscientemente la Constitución y las leyes españolas y catalanas), a la vez que se mostraba muy obsequioso con el sistema político del país que lo acoge laboralmente, del que decía que “no es democrático, pero la gente es feliz y está encantada con la familia real”.

«Hemos sustituido al experto por el famoso, al que sabe por el que tiene más seguidores, al que puede aportar contenido por el que puede aportar público»

Sin entrar en la asombrosa empanada mental de estas afirmaciones (si son ciertas), lo que debería movernos a la indignación no es la inconsistencia intelectual de un futbolista, sino que la sociedad (empezando por los medios) se interese por las opiniones políticas de una persona sin ningún tipo de erudición ni experiencia interesante para la vida pública. La verdadera degradación de la autoridad intelectual se refleja aquí, en la propia emergencia del concepto de influencer, en que hemos sustituido al experto por el famoso, al que sabe por el que tiene más seguidores, al que puede aportar contenido por el que puede aportar público.

Así las cosas, quizás debamos agradecer, después de todo, que en el Consejo Consultivo todos los miembros sean al menos licenciados en Derecho. Podría ser peor y, desde luego, no me cabe duda de que lo sería, si la función declarada de este órgano no fuese marcadamente jurídica. No tardará el día en que veamos órganos consultivos institucionales repletos de “influencers”. Porque a los políticos no les interesa lo que piensan los expertos. Les interesa lo que (no) piensan los prescriptores más populares. Les interesa Guardiola mucho más que Albert Boadella. Más Xavi Hernández que Fernando Savater.

Pero tampoco podemos acusar solo a los políticos. Les pasa a las empresas en su comunicación corporativa (cada vez más orientada hacia la frivolidad digital de youtubers’, ‘instagramers’ y ‘tuitstars’), y nos pasa a todos, que leemos y compartimos excitados la afirmación intelectualmente anémica de un rostro famoso, mientras pasamos por alto la página de opinión rigurosa y documentada de quien solo tiene el mérito de saber mucho. El “influencer” es el nuevo “sabio” y toda la sociedad es “responsable” de esta mutación. Iba a decir “culpable”, pero en realidad ya nadie siente culpa de nada.