La imagen que antecede a estas líneas tiene, para mí, el valor de un símbolo. Se trata de la respuesta del senador de Podemos Ramón Espinar a la invitación recibida por el Real Madrid para acudir al palco del Real Madrid. No me interesa la ideología -no para los contenidos de este blog-, pero sí me interesa, y mucho, la Comunicación. Y esta carta abierta publicada en Twitter es enormemente elocuente de la transformación profunda que va a experimentar, que está experimentando ya, la gestión de la influencia en los asuntos públicos en este país. Definitivamente, las reglas del juego del lobby van a cambiar, si no han cambiado ya. 

El nuevo mapa político, fruto del descrédito de los dos partidos tradicionales y de la percepción generalizada de que la corrupción ha invadido las instituciones, es sólo la puntilla definitiva a una forma de acceder al poder político que se está tornando obsoleta. Sin embargo, el cambio de las reglas de juego para el lobby obedece a una transformación social mucho más profunda, relacionada con la inversión de la pirámide de la prescripción: la influencia ha dejado de ejercerse de arriba abajo, para empezar a ejercerse de abajo arriba.

Dicho de otra forma, el crédito y la capacidad influencia ha dejado de corresponder a los que están en la cúspide de la sociedad (los líderes políticos y empresas, las marcas de las grandes corporaciones, los medios de comunicación y sus líderes de opinión) para pasar al territorio de los iguales. Nos fiamos mucho más de lo que nos dice el empleado que el directivo, y el vecino que el presidente de la comunidad. La opinión manifestada en las redes y en los foros digitales y en las encuestas de la calle nos parece más libre y valiosa que la recogida en los viejos cenáculos de influencia, porque nos creemos mucho más a nuestro igual que a quien teóricamente tiene más información y formación para opinar.

Nunca hasta ahora el ciudadano había tenido tanta capacidad de influencia. En todo. Empezando por las propias decisiones de compra. En el sector tecnológico se estima que el 34% de los consumidores compra tras el comentario positivo de un amigo en las redes. Y qué decir de la restauración y la hostelería. ¿Quién elige hoy un hotel sin ver antes lo que dicen sus usuarios en los foros? ¿Por qué los restaurantes en los primeros puestos de Triapdvisor están siempre llenos?

Nunca, nunca, el ciudadano había sido tan relevante como prescriptor, y lo mismo que lo es para el consumo, lo es para la política. Los influencers no están en las tribunas VIP, y no hay palco, ni en el Bernabéu ni en ninguna parte, que pueda ejercer influencia alguna frente al rugido de una grada. La forma de hacer lobby que simboliza el palco del Bernabéu ha caducado. La influencia en los asuntos públicos es un partido que hay que jugar en las gradas y a pie de estadio.

Por eso mismo, los tiempos que vienen son muy malos para los lobbistas a la antigua usanza, y para los alternadores profesionales de palcos y tribunas VIP, y en general para aquellos que han concebido y vendido el lobby como un ejercicio profesional que hay que ejercer entre bambalinas y con la máxima discreción, al margen del foco mediático y por supuesto de la presión social. También es cierto que en esa tribu lobbista ha habido tradicionalmente mucho falso chamán, asiduo de las puertas giratorias, que ha vivido de apelar a sus contactos, mientras en realidad no hacía nada, o no hacía otra cosa que decir que hoy iba a desayunar con Tal y mañana almorzaba con Cual, cuando en realidad Tal y Cual eran políticos que iban a desayunar y almorzar con doscientas personas más después de dar una conferencia. Menos lobby, Caperucita.

Más allá de la calidad (y realidad) de los contactos, lo cierto es que el nuevo contexto político y social impone unas nuevas reglas del juego para el lobby, cuyos resultados dependerán no tanto de la capacidad de acceder a los decisores, como de la capacidad de acceder a los decisores con el mayor respaldo social posible.

Frente a la vieja idea de que el lobby necesita discreción (ese simpático eufemismo de la opacidad), los nuevos tiempos imponen una forma de hacer lobby basada en la transparencia y en la convicción profunda de que el potencial de influencia está directamente asociado al interés público de nuestra reivindicación (empresarial, corporativa, profesional), y por tanto directamente vinculada a la capacidad de hacer ver hasta qué punto nuestros intereses coinciden con el interés general.

Por ello, el espacio del lobby no son ya los despachos ni los pasillos donde alternan los decisores. No únicamente al menos. El espacio del lobby está hoy en las redes sociales donde se manifiesta Ramón Espinar, y está en los medios de comunicación social y en todos los territorios donde se expresa la opinión de la calle.

En la nueva economía digital y del buen nombre, influencia política e institucional, comunicación a medios y comunicación 2.0. no son escenarios en los que sea posible hacer una gestión separada. No es que sean áreas con algunas intersecciones, como antaño, es que son ámbitos de actuación que se superponen.