Dedicado, con cariño, a Fernando Martín y todos mis amigos de Aertec Solutions que han ideado la campaña «myreasontofly»

Volar para escribirle episodios imborrables a nuestra vida, cada año una ciudad, o más exactamente cada fin de año, 2014 en París, 2013 en Venecia, 2012 en Viena, y así desde 2008, de modo que los años pasados ya no son sólo años, sino años con la huella profunda de viajes y ciudades maravillosas, y hoteles en los que fuimos felices, y restaurantes en los que no nos comimos las uvas, pero fue mejor que si nos las hubiéramos comido, y calles que recorrimos a conciencia, y monumentos ante los que nos quedamos aturdidos, y museos en los  que entramos y en los que no entramos y nos quedamos tan a gusto, y plazas en las que nos quisimos quedar a vivir aunque hiciera mucho frío.

Volar  para recordar y para recordarnos, pero sin nostalgia, nunca negativo siempre positivo, aquello que decía Van Gal, ¿o era al revés?, para mirarnos y compararnos, y ratificarnos en que ahora estamos  mucho mejor que antes, cómo podíamos vestir de esa forma, y cómo podíamos llevar así el pelo, y cómo podíamos estar tan gordos, sí, definitivamente volar para saber que cualquier pasado fue peor, y que cualquier presente será peor que cualquier futuro y que, como decía mi padre, como lo dijo hasta el final, incluso hospitalizado, hoy estamos mejor que ayer y peor que mañana.

Volar para amar y para sentirnos amados, y para hacer el amor desde luego, y quizás sobre todo para hacer el amor, y poco más tengo que añadir al respecto.

Volar para desordenarnos, para cambiarnos el paso en una vida ordenada a conciencia, la vida marcada por el ritmo del trabajo y de los niños, el despertar a las seis y vente de la mañana, la ducha, el desayuno, el autobús escolar, la oficina, las reuniones, las horas delante del ordenador, el almuerzo fugaz, el regreso a casa cansado, la supervisión de los deberes, la cena, un libro o una revista y a la cama.

Volar para subir por encima de las nubes, y para vivir durante unos días como en una nube, viviendo en la realidad irreal (o en la irrealidad real) de los días sin obligaciones, y sin horarios, y casi sin correos electrónicos, y sin llamadas, y sin preocupaciones.

Volar para evadirnos, para evadirnos aún antes de volar y para escapar por unos momentos del trabajo que tenemos por delante, volar para pensar en el viaje que aún no hemos hecho, y en el inminente que vamos a hacer, y para planificarlo y para buscar el vuelo y el hotel, y los cafés y los calles, volar para hacer volar la imaginación y distraer la atención y descansar de los problemas y pensar que, sean cuales sean, pronto muy pronto, estaremos volando.

Volar para motivarnos, porque sí, es mucho mejor ser un motivado que un triste, un motivado por el trabajo, y por los hijos, y por los amigos, y por los fines de semana, y desde luego por los viajes. Volar para tener un objetivo y una recompensa y un pantallazo en el ordenador con la imagen en la que quieres estar dentro, estando de forma real, estando de estar de verdad, sintiendo el frío, el sol, la lluvia y el aliento de la mujer que te abraza.

Volar para pensar en nosotros dos, para mimarnos y ocuparnos el uno del otro, y de lo que nos apetece y de lo que nos ponemos y de adónde vamos a ir, volar para estar solos en nuestra mutua compañía, tú y yo, y ya puede atronar ahí fuera.

Volar para volver, volver a nuestra cama, nuestras sábanas, nuestra ducha, nuestro café del desayuno como a nosotros nos gusta, nuestros vinos y nuestros quesos de las noches de los sábados, y también a nuestras mayores seguridades y certezas, los hijos, la familia, el trabajo, la vida que llevamos y que somos mucho más capaces de apreciar cuando volvemos.

Volar para vivir cada día con más ganas, y para querer y desear con más ganas, y para saber esperar y disfrutar con más ganas, y para seguir cumpliendo años cada vez con más ganas.

Volar para vivir una vida memorable.