Yo soy turista, no soy viajero, lo digo sin complejos aunque con un poco de envidia y desde luego con admiración por quienes sí lo son, como la periodista Rosa María Calaf, que contaba aquí, en esta entrevista de Traveler, que el último verano se hizo en coche todo Siberia. Olé ella.

Yo no sería capaz, debo confesarlo, y el coche no me parece la mejor forma de viajar, sino la peor y la más estresante, seguramente porque como decía al principio, no soy viajero, soy turista, qué le voy a hacer, debe de ser eso del perímetro de confort, que lo tengo más estrecho de la cuenta.

Dicho lo cual, y como turista confeso, también tengo que decir que nunca me he alojado en un hotel de pulserita, ni tengo intención de hacerlo, como tampoco he contratado nunca un viaje cocinado y empaquetado por una agencia de viaje, cosa que declaro sin menosprecio alguno por la gente que lo hace, que me parece perfectamente respetable, sino más bien por dejar claro que no todos los turistas que somos turistas, y no viajeros, vamos a resorts a ponernos hasta arriba de emparedados, cócteles y pinchos de frutas exóticas.

No, a mí, lo que me gusta es planificar los viajes, buscar por Internet, verlo todo y leérmelo todo, y cuando digo todo, digo los hoteles, los restaurantes y los bares, las calles y las plazas, la historia, los mercados de abasto, las vinerías, ¿algún sitio donde comprar queso?, los cafés y las confiterías, las panaderías, of course, los museos y los teatros y las librerías,  las salas de concierto, todo lo que me gusta en definitiva, que, por ir al grano, se resume en tres infinitivos fundamentales: comer, beber y dormir (bueno, me falta uno más pero tampoco es cuestión de entrar en detalles).

Todo esa labor de documentación previa la realizo básicamente por placer, porque me lo paso pipa, me lo paso de muerte leyendo guías, y leyendo revistas, y mirando páginas web, y buscando en las redes sociales,  y en los foros, hasta acabar encontrando los sitios que estoy buscando o los que no estoy buscando, pero ellos me encuentran a mí.

Y todo lo que leo me influye en las elecciones finales: me influyen (bastante) las opiniones de los seguidores en las redes y los comentarios de los usuarios en los foros; me influye (mucho) lo que leo y veo en las webs corporativas; y sobre todo me influyen (muchísimo) los reportajes y artículos de periodistas que escriben en portales, revistas y secciones de viajes, life style, ocio, gastronomía…

Si me paro por ejemplo a pensar en los hoteles en los que me he alojado en los últimos años, raro es el caso en que esa elección no haya estado muy influida por un texto periodístico. Y lo mismo puedo decir de los restaurantes y bares, y lugares de copas, y tiendas, y galerías, y todo en general.

Quiero acreditar con todo ello el valor de prescripción excepcional que tienen los contenidos informativos de calidad. Nada influye más sobre una decisión de consumo que la prescripción independiente de un periodista que escribe lo que opina realmente en un medio con contenidos de calidad. Ni estar en el número 1 de un foro, ni tener un grupo de amigos en las redes alabando constantemente nuestras cualidades, ni colocar un publireportaje a doble página en el diario de mayor audiencia.

Así lo creo y así quiero decirlo en un contexto en el que parece que los contenidos periodísticos de calidad han dejado de tener valor, en el que algunos los gurús de nuevo cuño que han surgido al calor de las redes sociales, se permiten el lujo de decir cosas como que para qué esa obsesióncon influir en medios de comunicación tradicionales que nadie lee, cuando los verdaderos estados de opinión se crean al margen de ellos (por ejemplo, en las redes sociales).

Mi opinión es muy diferente y coincide con la del presidente de Condé Nast y de la Asociación de Revistas de Información (ARI), Javier Pascual, que en el Foro de la Nueva Comunicación dijo, hace poco, tres cosas muy interesantes: la primera, que si los contenidos no son bien remunerados, no pueden ser de calidad; la segunda, que se equivocan las marcas que en sus procesos de planificación publicitaria se guían sólo por las cifras de audiencia y no tienen en cuenta el valor de prescripción que tienen las publicaciones especializadas que ofrecen contenidos de calidad; y la tercera, que los medios especializados deberían concentrar sus esfuerzos en la venta de publicidad, y no orientarse a la venta de contenidos.

No puedo estar más de acuerdo con todo ello, y lo estoy no como periodista, sino como consumidor. Porque a este consumidor que firma, no hay nada que le influya más en sus decisiones que un contenido de calidad en un medio de prestigio donde los contenidos no están en venta.

Por eso, este texto en reivindicación del turista es en realidad y sobre todo un texto en reivindicación de los periodistas que escriben contenidos de calidad.

A día de hoy, esos contenidos se encuentran mayoritariamente en medios tradicionales y en portales y revistas especializadas.

Son esos contenidos, y no otros, los que tienen mayor capacidad de influir.

Y son esos contenidos, por cierto, los que, en gran medida, se replican y expanden a través de las redes sociales.