Si hay un concepto que machaconamente se repite en el ámbito laboral ese es el del trabajo en equipo. Escuelas de negocio, suplementos especializados e incluso grandes instituciones mundiales han vaticinado que las habilidades sociales y de colaboración serán las más relevantes para el mundo profesional, muy por delante de las capacidades técnicas. Tanto predicamento han adquirido estas ideas que se ha construido toda una nueva filosofía laboral exaltadora de las llamadas “soft skills”, es decir, las habilidades blandas o sociales en detrimento de las “hard skills” relacionadas con el conocimiento.

Que yo sepa, a día de hoy, las “softs skills” no hacen ingenieros de caminos, ni neurólogos, ni notarios, ni economistas, ni cirujanos plásticos, pero el director para Europa de una gran multinacional tecnológica declaraba hace poco sin mayor empacho que el conocimiento es “cada vez menos importante”. Según parece desprenderse de las palabras de este experto, y de otros tantos gurús como él, saber de derecho, de medicina o de economía no será realmente importante en el futuro, porque lo relevante será que los nuevos profesionales sean creativos, empáticos, líderes, optimistas, con capacidad de escucha, motivados…, y sobre todo que sepan trabajar en equipo.

Pienso que las “soft skills” han venido a reemplazar a la “actitud” de toda la vida, y esa sustitución no es casual, ni gratuita, sino que responde en efecto a un nuevo ideario laboral que pone el énfasis en la responsabilidad colectiva por delante de la individual. La actitud ya no está en boca de nadie, y no lo está porque emana de la responsabilidad individual, y tengo para mí que estos ideólogos de las “soft skill” no sólo predican lo contrario, sino que habitualmente también practican lo contrario, porque ellos son los “artistas” de la delegación, me tienes para lo que necesites, pero hazlo tú y yo te acompaño a tomar un café, y te escucho y te apoyo y trabajo en equipo contigo mientras tú lo haces todo y sobre todo después de que lo hayas  hecho.

Creo que, antes de lanzarlas, deberíamos pensarnos muy bien disparatadas ideas como la de que “el conocimiento es cada vez menos importante”, que son veneno para la juventud y legitimadoras de una educación con paupérrimos niveles de exigencia, además de un retrato completamente falso de las capacidades que se exigen, a día de hoy, en el mercado laboral. Un mercado laboral, no nos olvidemos, copado mayoritariamente por pymes, que aglutinan el 98% del empleo, y que son demandantes dehard skills”, y sobre todo de profesionales “hards”, o sea, duros y no blanditos, profesionales que pidan ayuda sólo cuando de verdad la necesiten, dispuestos a la solidaridad y al trabajo en equipo pero de ese que nace de la asunción de las obligaciones individuales y no de la cara dura de los que van a la oficina como si fueran a los mundos de Yupi.

Yo comprendo que hay empresas, sobre todo grandes, donde a algunos directivos les interesa fomentar un ambiente donde todos reciben la misma recompensa, los que trabajan y los que no, o, peor aún, donde sólo prosperan los ejecutivos con “soft skills”. Y comprendo también que el mercado de formación de las habilidades sociales funciona de maravilla, porque entrenar las “soft skills” no requiere esfuerzo, no hay que estudiar ninguna legislación, no hay que hincar los codos, no hay que leer nada y casi es mejor no pensar nada, sólo hay hacer tallercitos y convivencias, y reunirse juntos a decir paridas, como cuando teníamos catorce años y nos íbamos de convivencia a tocar la guitarra.

Pero, comprendiendo todo eso, la verdad es que no me explico cómo estamos aceptando barco como animal marítimo. No me explico cómo nos estamos dejando invadir por tango anglicismo huero que, lejos de fomentar auténticos valores, esconden todo aquello que nos repugnaba cuando éramos pequeños: el flojo, el caradura, el que se aprovecha del trabajo del otro, el que nunca hace nada, pero siempre está disponible para un café, el que se escuda en el trabajo en equipo para rehuir la ocupación individual. No comprendo cómo se puede decir que el conocimiento no es importante, si la creatividad no es otra cosa que la capacidad de conectar conocimientos diferentes para inventar cosas nuevas.

Ignoro cómo será la realidad laboral dentro de quince años, y desde luego no niego la importancia de la creatividad y del trabajo en equipo, pero no me cabe duda de que el mundo profesional que yo vivo a diario hoy se parece muy poco a ese planeta guay y fantasioso de de los predicadores de las “softs skills”. La realidad que yo veo es la de empresas necesitada de gente que se instruya, y se forme, pero no en liderazgo, ni en motivación, ni en vacuidades varias, sino en su ámbito de especialización, empresas que suspiran por profesionales que lean y que piensen, que hagan lo que les guste hacer y que lo hagan muy bien, y que se sientan razonablemente satisfechos y motivados por ello, con ese tipo de creatividad que nace de la sabiduría y con un sentido de la responsabilidad individual tan grande que la colectiva resulte una derivación de aquella.

Las empresas demandan en efecto profesionales con actitud, además de conocimiento, pero la actitud sólo emana de la responsabilidad individual, y lo demás son patrañas para gente desocupada.