Hace unos días estuve en una sesión de la Universidad Emocional con alumnos universitarios a los que se les invitó a exponer ideas para cambiar el mundo y a presentarlas de la forma más creativa posible. Algunas ideas me gustaron más que otras, y algunas maneras de presentarlas me parecieron más brillantes que otras, pero todos los chicos que allí estaban hicieron desde luego un esfuerzo por pensar y comunicar diferente. Asumieron un riesgo creativo.

Y fue entonces cuando me acordé del ya célebre plato león come gamba, que hizo aquel joven concursante de MasterChef y que se convirtió a los pocos minutos en un acontecimiento viral y mediático. Me acordé de lo molesto que me sentí por su expulsión y del ejemplo que esa expulsión representaba para mis hijos, que son los que me han enganchado a esta edición (de hecho, veo el programa las noches de los domingos cuando lo reponen en Clan TV).

Y no, lo que me molestó no fue la agresividad del jurado ni la humillación innecesaria que infringieron al muchacho. Lo que me molestó, más que la posible falta de respeto, fue la manera de castigar el riesgo creativo que asumió este concursante y que obviamente lo llevó a presentar un disparate.

El león come gamba fue en efecto un trabajo errado e incluso cómico, resultado de un esfuerzo de creatividad fallido. Pero si no recuerdo mal el mismo jurado que maltrató al chaval por su ridícula creación fue el mismo que minutos antes le había reconocido que las presentaciones de sus platos eran las más brillantes y originales.

Trabajo desde hace muchos años en la comunicación, un campo profesional donde la creatividad resulta un componente fundamental, y sé perfectamente por experiencia, también por experiencia propia, que la línea que separa la brillantez de la estupidez es bastante delgada, sobre todo para el que crea, que necesita tiempo y distancia con respecto a su trabajo para distinguir bien si lo que ha hecho es algo realmente bueno y diferente o una soberana tontería.

También sé perfectamente que hay gente más dotada para crear y para buscar y encontrar la singularidad y hay gente a la que le cuesta mucho hacer algo diferente de calidad, y a la que hay que orientar más por el camino de la corrección y de la norma, porque no todos tenemos los mismos talentos ni las mismas inquietudes. Pero en el caso del concursante expulsado, la inquietud y la pulsión creativa eran más que evidentes, y me parece que fueron castigadas al más puro estilo español. Al estilo de aquella lapidaria expresión de Unamuno que se ha convertido en la mejor síntesis de la tradicional actitud de nuestra sociedad frente a la ciencia y la innovación: “que inventen ellos”.

Porque aquí el riesgo de innovar y pifiarla, como la pifió este muchacho, se paga caro. Muy caro. No sólo fue expulsado, sino que fue expulsado con una saña y una dureza insólitas, como si su intención hubiera sido faltarle el respeto al jurado, que obviamente no lo fue. Su riesgo creativo fue equiparado en suma al hipótetico comportamiento de un concursante que le hubiera dicho a sus tres miembros: sois unos caraduras y unos estafadores, un

os cocineros de tres al cuarto que os lo habéis montado como dioses. Eso sí hubiera sido una falta de respeto. Equivocarse, al tratar de hacer algo original, diferente, y además íntimo (porque era una obra con la que el chaval quería hablar de sí mismo, de su personalidad) no es perderle el respeto a nadie.

A la humillación del jurado, luego siguió la hilaridad y mofa social, adornada con mensajes de comprensión y apoyo al chaval, pero enormemente cruel en su fondo. Vamos, que nos lo hemos pasado estupendamente a costa del muchacho y de su error. Tonto el último que no haya compartido un chiste, un vídeo, un comentario ingenioso o una viñeta del león come gamba.

Y esa reacción social es la mejor metáfora de lo que es esta sociedad española. Al que asume riesgos y se equivoca somos capaces de lincharlo y de hacer con él el mayor escarnio imaginado e imaginable, y al que nunca hace nada, al que no asume ningún riesgo, al que no tiene ningún afán de destacar, con ese ningún problema. Comprensión y respaldo social absolutos. Máximo respeto al que no arriesga, incluso al que no la dobla.

El concursante expulsado de MasterChef dijo, entre lágrimas, que no volvería a cocinar. Pero ese no es el problema. El problema es que seguramente no volverá a inventar, ni a intentar ser diferente, ni a asumir riesgo creativo alguno. Porque cuando madure, cuando tenga la distancia suficiente para analizar lo que le pasó en el concurso, llegará a la inequívoca conclusión de que el problema no estuvo en la cocina, sino en la innovación. De modo que seguramente seguirá cocinando o haciendo lo que sea, pero probablemente sin asumir riesgo creativo alguno.

Espero que no, pero hace falta mucha personalidad para vivir una experiencia como la de este chico y seguir creando y tratando de ser diferente en lo que uno hace. De entrada, el muchacho ya ha mostrado más inteligencia emocional que todo el jurado junto al reconocer su error e incluso reírse de él en las redes sociales. Sólo la gente muy grande es capaz de reírse de sí misma.

Espero que mis hijos lo sean, y asuman riesgos creativos, aunque se equivoquen, y que se levanten de sus errores y sigan arriesgando. Y espero desde luego que encuentren mentores que sean capaces de incentivarlos en ese riesgo, no falsos profetas de la innovación y la creatividad que les hundan la moral a la primera equivocación.

¿Quieren saber por qué no hay innovación y emprendimiento en España? La respuesta en la reacción del jurado de Master Chef al león come gamba.