El próximo 7 de enero hará veinte años. Veinte años dedicándome a la consultoría de comunicación, y además en la misma empresa, que ya es reincidencia. Cuando empecé jamás lo hubiera imaginado. Pero hoy sólo puedo decir que mi profesión cada vez me gusta más. A veces discutimos -como todas las parejas- pero sigo prendado de ella. Y he aquí las trece razones principales (sí, trece, qué pasa) que la hacen para mí tan irresistiblemente sexy:

1. La pantalla en blanco.- Lo confieso, me pone tela. Creo que ya he escrito en otra ocasión que la pantalla en blanco es el momento de mayor erotismo de esta profesión. El momento de la creación. La posibilidad de poner palabras donde sólo hay vacío, nada, una pantalla o un cuaderno en blanco. Porque todo empieza en la palabra. Por supuesto, un discurso, un tuit, un comunicado… Pero también un vídeo, un evento, el acercamiento a un político. El consultor de comunicación nunca deja de escribir. Aunque no seamos poetas, el nuestro es también el oficio de la palabra.

2. Multitud de registros.- Un oficio de la palabra que tenemos la oportunidad de ejercer en infinidad de registros distintos. A veces reporteros, a veces tuiteros, a veces cronistas, a veces informadores, a veces guionistas, a veces narradores, a veces monologuistas, a veces blogueros, a veces conferenciantes, a veces copistas, y siempre editorialistas. Los consultores somos actores polifacéticos que se prueban en la comedia y el drama. Lloramos, reímos, gritamos, insultamos (sin que nos oigan), bebemos para celebrar los fracasos y a veces también ganamos.

3. La gente (tan interesante y diferente) que conoces.- No sabría decir cuántas personas he conocido gracias a este oficio, aunque sí sé que han sido cientos. Gracias a mi profesión, he tenido trato con empresarios y con funcionarios, con directores generales y con secretarios, con artistas y con ingenieros, con médicos y con periodistas (muchos periodistas). He conocido a gente de bien y a gente de mal, a personas educadas y exquisitas y a personas hechas a sí mismas y a veces muy mal educadas. He conocido a gente que sabe y a gente que cree que sabe. Y de todos, hasta del más becerro, he aprendido algo. Sólo diré una cosa más al respecto. En los últimos tres años he escrito dos libros: el primero a dúo con un abogado, y el segundo a dúo con un empresario. A los dos los conocí trabajando. El próximo lo escribiré con un ingeniero de telecomunicaciones. Y sí, también, lo conocí trabajando.

4. Un poco de glamour sí que tiene.- Sí que lo tiene, porque vamos a sitios, y conocemos gente, gente que toma decisiones o que influye en quienes las toman, y entonces, el amigo que vive en la calle, en medio del mundanal ruido, que nunca sale de su oficina o sale poco, te mira con un poquito de admiración, y te dice, oye, ¿entonces tú conoces a fulanito?, o ¿estuviste de verdad allí?, o ¿en serio que participaste en esa campaña?, y entonces tú te quitas importancia, y dices que a ti te la suda todo, que lo que de verdad quieres es estar allí tomándote una cerveza con él, y que eso es lo único que valoras, pero en el fondo no es así del todo, y ya no echas tanto de menos el tener un trabajo de ocho a tres sin presión comercial que te permita desconectar completamente cuando llegas a casa…

5. Lo que hay que hacer te lo inventas tú cada día.- Lo cual es algo que la gente, alguna gente, lleva mal, muy mal, y tampoco es de extrañar pues hemos sido educados desde pequeñitos en la cultura de la tarea y no del proyecto, y cuando llegamos a adultos nos cuesta mucho llegar a un trabajo en el que nadie nos hace dictados, ni nos dice las cuentas que tenemos que calcular o los problemas que tenemos que resolver. Aquí, desde luego, en la consultoría de comunicación no hay nada de eso, y a veces por no haber no hay ni una guía para tu trabajo, y, a veces, ni precedentes previos. Tu trabajo te lo invitas tú cada día, pero eso, lejos de ser un inconveniente, es lo mejor, o de lo mejor que tiene este oficio. Pensar en los objetivos y decidir qué vas a hacer cada día para avanzar en esos objetivos… eso es, o puede ser, sinónimo de autonomía, creatividad, liderazgo, iniciativa. Y a mí me parece un auténtico privilegio.

6. La (doble) conquista.- Hay una doble conquista con cualquier cliente. La primera conquista es la del cortejo. Te acercas al (posible) cliente porque te lo presentan (eso siempre es lo mejor) o porque le echas morro, lo conoces poco a poco, te haces el interesante (but no too much), o te haces el interesado por él (siempre es más efectivo), le vas echando las redes y, por fin, dice,  vale, muy bien, dónde firmo. Pero luego viene la conquista más difícil. Tienes la firma, pero no tienes su alma, esa aún te la tienes que ganar. Y esa es la segunda conquista, que se gana con trabajo, con disponibilidad, con tiempo, con ilusión, con amabilidad, con cercanía, con sentido del humor, con ingenio, con coraje… Él no puede aburrirse ni tú tampoco. Si el teléfono no suena, si no hay roce, si no hay ganas por las dos  partes, date por sentenciado.

7. Las relaciones largas.- Muy, muy difícil. Los tiempos han cambiado. Y, admitámoslo, vivimos en la era de los follamigos (también en consultoría). Tú necesitas algo, yo necesito algo, quedamos, lo hacemos y cada uno a su casa. Contentos y sin compromisos. Te tengo en la agenda pero no me pidas que te llame siempre a ti. Esa es hoy la dinámica habitual. Llamadme sentimental, pero yo tengo predilección por las relaciones largas. La lealtad y la fidelidad me parecen palabras mayúsculas. Mayúsculamente sexys, también. Ese cliente que va para veinte años que trabaja contigo. El que dice lo que tú opines es ley. El que nunca compara presupuestos. Cómo meterle a ese un sablazo. Cómo no darle en cada trabajo lo mejor de ti. Cómo no dejarte la piel por él. Cómo no pelear a cara de perro por sus intereses. Las relaciones con clientes que se cuentan por décadas son algo maravilloso.

8.Los amores recuperados.- Ni un cliente se gana para siempre ni se tiene por qué perder para siempre. No me refiero a las relaciones esporádicas (ver punto anterior). Me refiero a relaciones que fueron estables y que luego dejaron de serlo (dejaron de ser estables y dejaron de ser relaciones). Clientes que se fueron (con otro) y que te dejaron con el corazón partío. Con el alma desgarrada a jirones. Me refiero a esos clientes con los que te quedaste a dos palabras de mandarlos a donde no debe mandarse a nadie. Bueno, pues, esos, a veces, vuelven, y cuando vuelven… ya sólo te acuerdas de lo mucho que los quisiste y de lo mucho que te dieron. Vale, se fueron con otro, ¿y qué? Ahora vuelven arrepentidos, o sin arrepentirse, pero vuelven, y eso es lo único que importa. Donde hubo brasas, quedan rescoldos que pueden volver a encenderse. Y cuando se encienden, este oficio mola mucho. Pero mucho.

9.Mis socios.- Bien, admito que esta es una razón muy personal, claro. ¿Pero acaso las opiniones de este artículo no son todas personales? Trabajar con los siete socios con los que trabajo es uno de los grandes alicientes de mi profesión. Quizás el mayor. Cada uno de su padre y de su madre. Todos, a nuestro modo, raros. Hombres y mujeres casi por mitad, pero sin pretenderlo. Cinco zurdos. Nada menos que cinco zurdos. ¿Dónde va a encontrar un zurdo como yo un sitio más acogedor? Trabajar con amigos es siempre el mejor negocio.

10.Todo el mundo opina y sabe.- Me refiero al placer masoquista de ser evaluado por alguien que sabe mucho menos que tú. Cierto, tiene una contrapartida negativa. Muy negativa. Que cualquiera se sienta con el derecho a opinar da lugar a situaciones muy… llamémoslas esperpénticas. Pero a mí personalmente me encanta el sentirme examinado y valorado constantemente. No soporto ese tipo de relación que se fundamenta en un mero intercambio de documentación, sin más aditamentos. Necesito los elogios (o los zascas) como el respirar, y saber si al cliente le ha gustado, le ha encantado, le ha fascinado, le ha inspirado o le ha dejado sin palabras mi trabajo. O por el contrario si le ha dejado indiferente, le ha disgustado, le ha inquietado o le ha horrorizado mi trabajo. Porque hay muchos matices en cada una de esas expresiones. Y por tanto prefiero un trabajo en el que me arriesgo a que me digan que lo que he hecho es una mierda, a uno en el que simplemente haces las cosas o no las haces.

11.Independencia.- Tener muchos jefes es no tener ninguno. Y un consultor tiene muchos jefes: todos sus clientes. O sea, que, en el fondo, no tiene ninguno. Si un cliente te hace la vida imposible, o lo intenta, o se descubre como un cretino, o simplemente te tiene hasta el gorro, siempre tienes la opción de mandarlo con viento fresco… Un mal jefe tiene mala solución. Un mal cliente tiene una muy buena solución: que deje de serlo. No es el fin del mundo. Sobre todo cuando estás acostumbrado a trabajar con la presión comercial de tener que reponer clientes constantemente.

12.Abogados de oficio, más que mercenarios.- Los consultores de comunicación tenemos la imagen de mercenarios. Y hay un punto de verdad en eso, pues somos periodistas que nos dejamos pagar por las fuentes y trabajamos para ellas. Pero la realidad es que no lo ocultamos, y en ese sentido nunca damos gato por liebre. Y la realidad es también que la gran mayoría de los clientes para los que trabajamos son clientes cuyas voces no llegarían a nadie si no fuera con nuestra ayuda. Más que mercenarios, somos abogados de oficio que representamos a mucha gente que por sí sola no podría defenderse  en un mundo expuesto a los medios y al escrutinio constante de los usuarios en las redes. Gracias a nuestra labor, asociaciones, fundaciones y pymes pueden hacerse oír. Las RRPP son el instrumento de comunicación por excelencia de las organizaciones modestas.

13.Lo de ser negro tiene su punto.- Firmar es la pera, eso es así, y para qué vamos a decir lo contrario. Pero, bien mirado, ser el negro de una marca, o de los portavoces de esa marca, tiene un sex-appeal indiscutible, algo que produce casi tanto ego como colocarse delante de la cámara o de un micrófono, o ver tu firma y tu foto en un periódico. Porque cuando una marca o una persona te confía su palabra, te está confiando lo más importante que tiene. Y eso es algo muy grande.